7 de Noviembre de 1969

“ELECTRUM”, N° 242

 REFLEXIONES BREVES — EL PARO DE LA DIGNIDAD

 Bien se ha dicho y probado siempre, que la historia del movimiento obrero es una historia de sacrificios, de obstáculos, de incomprensiones, y tanto de actos heroicos, como de iniquidades de toda naturaleza.

La lucha por una vida mejor, por el pleno desarrollo de la personalidad del ser humano integrado en una sociedad sin explotadores ni explotados, pese a la evidente justicia que ello implica, no sólo no trae consigo, a veces, el simple reconocimiento de ese alto objetivo, sino, que además de la represión originada en los sectores reaccionarios, que defienden sus espurios intereses, se suma la abierta complicidad de muchos titulados representantes de la clase trabajadora que pasan a ser aliados conscientes de quienes son sus principales opresores.

Hacemos esta acotación observando el panorama sindical argentino durante 1969. Este año afloraron a la superficie de los hechos sociales, económicos y políticos, y se desencadenaron, con inusitada fuerza, las tensiones acumuladas en la “comunidad” por la comprensiva política de la Dictadura de Onganía aplicada durante casi tres años. Los signos precursores, aislados, formalmente entre sí, pero con el común denominador de ser todos causados por la acción gubernativa del régimen, se materializaron en las luchas estudiantiles de Córdoba de 1966; en diciembre del mismo año con un paro general; en marzo del 67 con otro paro nacional; en las sucesivas intervenciones a los sindica tos; en la creación de la CGT de los Argentinos, en 1968, en la huelga de Ensenada, en la huelga de la Fabril Financiera, en la huelga de los cañaverales tucumanos, en el norte de Santa Fe y en innumerables focos de resistencia, que sin mayor difusión pública, estuvieron señalando en forma permanente que la realidad estaba dada por un descontento y protesta generalizados, cubierta por la represión y no por un consentimiento del Pueblo y en particular, de los trabajadores hacia la programática oficial.

El Ex-secretario General de la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza y Ex-secretario General de la Confederación General del Trabajo, Francisco Prado, fue el primer exponente de una política claudicante y cómplice con el régimen de Onganía.

Fue quien, mientras los compañeros portuarios eran intervenidos, racionalizados, cesanteados y perseguidos, “participaba” del Festival Folklórico de Cosquín, como un desalineante más de su descanso, anidado en el hotel FATLYF de La Cumbre o el de Thea, de Luz y Fuerza de la Capital Federal.

En un Congreso de la Federación, cuando la delegación de Córdoba enjuiciaba al régimen y reclamaba posiciones definidas y combativas, contra la política reaccionaria, Francisco Prado, Secretario General pusilánime, exclamó:

“Estos del gobierno no son como los otros. . . ¡Estos son locos!. . . ¡Pueden hacer cualquier cosa!. . .“. Se refería a que con Onganía no se podía “jugar”, que podía darle “con todo” al movimiento obrero.

En la mentalidad y en los intereses de Prado, no había otra solución que el “diálogo” y la “participación”. No había otra perspectiva que acompañar a la Dictadura en el ablandamiento del movimiento obrero. No había otro objetivo que institucionalizar una “comunidad de cuerpos intermedios” asociados al régimen. Así se resolverían todos los problemas del movimiento obrero. A esta versión entreguista de las grandes reivindicaciones de la inmensa mayoría del Pueblo, se la llamó y se la difundió pública- mente, sin el mínimo de rubor de una mínima vergüenza, con el pomposo título de “filosofía de la participación”.

Francisco Prado cayó de su sitial de la Federación de Luz y Fuerza y de su sitial de la CGT, porque su “filosofía” no sirvió para convencer a los trabajadores y no traía otras soluciones que no fueran las que gustaban a las patronales y a la Dictadura. Porque esas eran las que gustaban a las patronales y a la Dictadura. Porque esa “filosofía de la participación” no era ni siquiera opinar antes de que el Gobierno trazara sus planes, y sólo era participar en la ejecución de una obra de máximo interés para los grandes monopolios nacionales y extranjeros y de permanente postergación para los trabajadores.

La caída de Prado fue la primera derrota de la Dictadura en su empeño de lograr una CGT domesticada, “participadora” de un programa antipopular y antinacional. Y fue también el signo permanente de la derrota de todos los dirigentes capituladores hasta la fecha. Derrota de contenido doctrinario, ideológico y moral. Derrota que puede llevar transitoriamente, el símbolo de un triunfo sobre las aspiraciones de los trabajadores, al confundirlo, al desnaturalizar la función sindical, al bloquear un paro, al aceptar, en la práctica, la violación de sus derechos contractuales o la insuficiente recuperación del salario, pero que en poco tiempo termina por eliminarlos a ellos, también, de la consideración y respeto de sus compañeros, convirtiéndolos en usurpadores de la auténtica representación sindical, tanto como Onganía es el usurpador de la soberana voluntad del Pueblo Argentino.

Decíamos al comienzo, que en 1966, 1967 y 1968, se manifestaron los signos precursores de la gran acción nacional, patriótica y popular de la Clase Trabajadora, del estudiantado, de los sacerdotes comprometidos, de instituciones políticas y sociales progresistas y de hombres y mujeres de toda condición, en una manifestación antidictatorial que alcanzó su cúspide el 29 y 30 de Mayo, en nuestra ciudad de Córdoba.

Durante cuatro meses todo el país vivió en medio de un vigoroso enfrentamiento a la Dictadura. Cayeron Ministros y gobernadores, secretarios de Estado y rectores de universidades, jefes de Policía y simples funcionarios. Se reestructuraron planes. Se trastrocaron proyectos. Se convocó a las comisiones paritarias para discutir los convenios

Ante esta arremetida de todas las fuerzas que quieren el verdadero cambio, la Dictadura, lanzó, demagógicamente, sus tantas veces postergado “tiempo social”. Ya había coronado su “tiempo económico”, uno de los más desastrosos para la economía del país y para el presupuesto familiar de los trabajadores.

¿Cómo inició su “tiempo social” la Dictadura?

Con consejos de guerra condenando a trabajadores, sindicalistas, a estudiantes y a ciudadanos, con monstruosas penas de cautiverio en el Sur.

Con la imposición del Estado de Sitio, mutilando drásticamente, las pocas libertades públicas subsistentes.

Encarcelando a centenares de opositores al régimen, especialmente del campo sindical y político.

Con la deportación al extranjero de dirigentes obreros no nacidos en el territorio nacional, pero altamente identificados con la Clase Trabajadora Argentina.

Y el tiempo social continuó con la más descarnada represión en todos los órdenes. Pero ya no había ingenuos para las mentiras de la dictadura. Ya no había incautos para sus estafas comunitarias. Hasta los títeres participacionistas se “adherían” a los paros que se ejecutaban sucesiva y masivamente en toda la Nación.

Y cuando se iba a cumplir el supremo esfuerzo; cuando los dirigentes sindicales porteños veintistas, para evitar “ser superados por las bases” aceptaron la ejecución de una medida de paro activo de 38 horas para los días 1 y 2 de octubre, impulsados por los extraordinarios ejemplos de Córdoba y Rosario, la Dictadura aceleró al máximo su “tiempo social” y en un despliegue de fuerzas represivas como pocas veces se vio en el país, conminó a la Comisión de los 20 a retroceder y traicionar sus propias decisiones.

La pusilanimidad y el gesto de Francisco Prado se repitió en las voces de Coronel, de Melgarejo, de Alonso:

“¡Estos están locos. . .! ¡Vaya a saber qué hacen con nosotros…!

De espaldas a sus propias resoluciones; con la aterradora imagen de la pérdida de sus sillones y del cálido ambiente de sus oficinas; y con la posibilidad (aunque remota, posible) de una fría y angustiosa cárcel, corrieron a la Casa Rosada a pedir perdón, a arrastrar sus andrajos morales, a participar de la política del “Señor Presidente”. . . A pedir. . . a opinar. . . a solicitar amablemente, cortésmente...  A explicarle a Onganía que sólo había sido un amague de paro. . . que no era en serio. . . que tuviera comprensión... Ellos levantaban el paro, aunque no prometiera nada. Aunque los retara.

El mal causado por esta cobarde actitud, el mal causado al frustrar y desorientar a casi toda la Clase Trabajadora, por la indigna claudicación de la mayoría de la Comisión de los 20, no será fácilmente reparado en todas sus consecuencias.

Pero la Clase Trabajadora, el estudiantado y las fuerzas progresistas de la ciudad Argentina que más ha luchado contra la política de la Dictadura, la que más represión ha recibido, ha dado un nuevo e histórico ejemplo de entereza, espíritu de lucha y dignidad.

En medio del furibundo participacionismo de José Alonso y su núcleo de títeres; en medio de las componendas conciliadoras de Coronel y sus restos veintistas, en medio de las vacilaciones de los no alineados; en medio de las proclamas y contraproclamas de las 62 Organizaciones, en medio de las entrevistas de los viejos y nuevos ilusos de las soluciones “onganistas”, casi acorralados por los levantamientos del paro dispuesto por absurdos dirigentes, la Clase Trabajadora y el estudiantado de Córdoba y muchas otras organizaciones obreras en el país, inspirados en el Manifiesto del 1° de Mayo de la CGT de los Argentinos y apuntalados por la Central Obrera de nuestra ciudad con el cumplimiento del extraordinario paro general del 29 y el 30 de octubre, reivindicaron la dignidad que habían ultrajado los dirigentes capituladores de la Comisión de los 20.

La Comisión de los 20 se disolvió, corrompida por su propia desvergüenza y entrega.

La Clase Trabajadora, con Córdoba como ejemplo, revivió de la frustración a que la llevaron los títeres de la Dictadura.       

El Paro de la Dignidad se convierte ahora en un fervoroso llamado a la continuidad de la lucha por la plena vigencia y respeto a los derechos de los Trabajadores y del Pueblo Argentino.

Así será. Por encima de las renovadas expectativas esperanzadas que entretejen los títeres de la Dictadura.

UN COMPAÑERO

                                                                                                                                  (Seudónimo de Tosco)