11 de Febrero de 1974

“El Mundo”

 

UNIDAD Y LUCHA

 

Escribe Agustín Tosco

 

Uno de los grandes problemas que ha soportado permanentemente el movimiento obrero para poder expresarse con autenticidad a nivel de direcciones ha sido la interferencia de las patronales y el Estado en su funcionamiento. En especial el Estado ha adoptado toda una serie de medidas para controlar su desarrollo y para “canalizarlo” según las superestructuras legales del sistema.

Conocido es que las primeras manifestaciones organizadas del proletariado, la vida incipiente de la clase obrera en reivindicaciones elementales, oprimida y explotada, fueron terminantemente prohibidas por disposiciones de la burguesía en ascenso, entronizada en el poder. Para ello, la nueva clase dominante esgrimía como fundamentos la necesidad de impedir el resurgimiento de las viejas formas de organización gremial o corporativa, que atentara contra la “libertad” de trabajo, contra las nuevas y revolucionarias consignas de “libertad, igualdad y fraternidad”.

Es indudable que estas consignas traducían un avance histórico sobre el régimen feudal imperante en la Edad Media. Pero a su vez bajo el pomposo título, escondían nuevas formas de explotación del hombre por el hombre. No había llegado aún la época en que, efectivamente, la revolución terminara verdaderamente con esa explotación y creara una nueva sociedad fraternal, digna y libre, la sociedad socialista.

Las prohibiciones de asociación gremial o sindical también encontraron eco favorable en Argentina. Antes de finalizar el siglo XIX la mayoría de las organizaciones laborales tomaban el carácter mutualista o, en el caso de los anarquistas, de “sociedades de resistencia”.

A comienzos del siglo XX y especialmente en sus tres primeras décadas, la clase obrera Argentina libró intensas, dramáticas y sangrientas luchas. Así era también en el plano universal donde el capitalismo y los primeros vagidos del imperialismo intensificaban su explotación, a la par que ostentaban fabulosas ganancias. Las leyes “sociales” comenzaron a tomar vigencia.

El encuadramiento en el sistema parecería ser una forma de “domesticar” al poderoso movimiento obrero que hacía temblar los cimientos del capitalismo y las perspectivas del imperialismo. Al reconocimiento “legal” del sindicalismo sucedía invariablemente una represión generalizada y así sucesivamente. Hasta que surgió la variante de la “integración”, de la “unidad” entre explotados y explotadores, entre obreros y patrones para superar sus divergencias, sus antagonismos, y trabajar para el “bien común”, para la “salvación” de todos.

No era posible derrotar a la clase obrera, entonces era preciso “encuadrarla” con el mayor grado de domesticación posible. Así las leyes de asociaciones profesionales se fueron abriendo paso. Pero como la historia de los pueblos y en particular del movimiento obrero, sólo es influida por la “libertad” de trabajo, contra las nuevas y revolucionarias consignas de “libertad, igualdad y fraternidad”.

Es indudable que estas consignas traducían un avance histórico sobre el régimen feudal imperante en la Edad Media. Pero a su vez bajo el pomposo título, escondían nuevas formas de explotación del hombre por el hombre. No había llegado aún la época en que, efectivamente, la revolución terminara verdaderamente con esa explotación y creara una nueva sociedad fraternal, digna y libre, la sociedad socialista.

Las prohibiciones de asociación gremial o sindical también encontraron eco favorable en Argentina. Antes de finalizar el siglo XIX la mayoría de las organizaciones laborales tomaban el carácter mutualista o, en el caso de los anarquistas, de “sociedades de resistencia”.

A comienzos del siglo XX y especialmente en sus tres primeras décadas, la clase obrera Argentina libró intensas, dramáticas y sangrientas luchas. Así era también en el plano universal donde el capitalismo y los primeros vagidos del imperialismo intensificaban su explotación, a la par que ostentaban fabulosas ganancias. Las leyes “sociales” comenzaron a tomar vigencia.

El encuadramiento en el sistema parecería ser una forma de “domesticar” al poderoso movimiento obrero que hacía temblar los cimientos del capitalismo y las perspectivas del imperialismo. Al reconocimiento, “legal” del sindicalismo sucedía invariablemente una represión generalizada y así sucesivamente. Hasta que surgió la variante de la “integración”, de la “unidad” entre explotados y explotadores, entre obreros y patrones para superar sus divergencias, sus antagonismos, y trabajar para el “bien común”, para la “salvación” de todos.

No era posible derrotar a la clase obrera, entonces era preciso “encuadrarla” con el mayor grado de domesticación posible. Así las leyes de asociaciones profesionales se fueron abriendo paso. Pero como la historia de los pueblos y en particular del movimiento obrero, sólo es influida por la superestructura legal, nunca dominada, las contradicciones entre los intereses materiales y espirituales de los trabajadores y de los patrones continuaron vigentes y no fue posible mantener esa “integración”, aún en los países capitalistas más avanzados, donde el nivel de vida permitía cierto desahogo a los proletarios. Además la unidad de éstos con los campesinos y otros sectores explotados y marginados engendró fuertes manifestaciones de poder, capaces de derrotar a las clases poseedoras y detentadoras del poder político, sucediéndolas con más avanzadas formas de organización económica, social, política y cultural, en una clara demostración de que nada detiene el proceso histórico hacia formas más elevadas en la organización y desarrollo de la vida humana.

En nuestro país muchas veces se intentó “regular” el desarrollo del movimiento obrero. Una media docena de leyes y decretos intentaron “canalizar” o integrar a las fuerzas del trabajo con los objetivos de las clases dominantes. En unos casos, por la vía de una dependencia relativa del Estado y en otras favoreciendo un “pluralismo” divisionista y atomizante.

Siempre, la clase trabajadora pudo sobreponerse a estos marcos y replantear sus propios objetivos de clase. Muchas veces en ese largo camino debió soportar una intensa explotación económica, una agraviante marginación social, una acentuada discriminación política y una aberrante deformación cultural. Desde el “Cordobazo” como expresión máxima de la rebeldía y espíritu revolucionario de la clase obrera y las masas trabajadoras en los últimos tiempos, ya resulta francamente difícil al sistema lograr una captación conformista de los trabajadores, un consenso tácito a los programas en que no interviene y menos define una contribución de esfuerzos en el que obtiene muy pocos “dividendos”

Desde el Cordobazo, especialmente, la clase obrera, las masas trabajadoras y los sectores populares han adquirido conciencia de que con su unidad, su lucha y su perseverancia, es posible hacer que cambien en gran medida las cosas.

A pesar de que muchos han querido “matar” el espíritu del Cordobazo; éste permanece latente, potencialmente activo y capaz de promover los cambios que cada vez más son más necesarios que cada vez se toman imprescindibles para una vida más justa y más digna.