11 de Enero de 1972

PRIMERA PLANA Nº 467 

DOLORES DE CABEZA 1 

ONGARO ESTA LIBRE, PERO SIGUE PRESO 

“En la celda queda un gran argentino, un hombre integro, que es Agustín Tosco. Se me partía el alma cuando tuve que dejarlo. Pero si la libertad fraccionada es un intento de dividirnos, ya ha fracasado: Agustín se siente un poco en libertad porque yo voy a poder gritar afuera. Y yo me siento un poco preso porque él sigue adentro. Y porque las cárceles están llenas de argentinos cuyo pecado es luchar por la causa del pueblo.” El sábado, a las tres de la madrugada, junto a medio centenar de adictos, Raimundo Ongaro mantenía en la sede del Paseo Colón su primer contacto con el periodismo; cuatro redactores y un cronista gráfico de PRIMERA PLANA; otro fotógrafo del diario Crónica; nadie más. Fue el premio de un esfuerzo sin desmayos, montando guardia en la puerta del Instituto de Detención de Villa Devoto, hasta que se produjera la liberación prometida por el Gobierno a Rucci y sus acólitos (página 6).

El pequeño triunfo de PRIMERA PLANA resulta paralelo, según Ongaro, al trámite que condujo a su excarcelación: también se debió a la paciencia y la perseverancia, esta vez de “las fuerzas del pueblo que no dejaron de reclamar”. En cambio, “a último momento han venido los mariscales de Azopardo para capitalizar el desenlace, ¡ellos que cometieron la infamia de acusarnos, a nosotros, de entendimiento con el Gobierno!”.

La atmósfera de júbilo, la entrega de trofeos al patriarca (una bandera que envolvió a los obreros, el 4 de octubre, cuando la ocupación de la planta de Codees; un cuaderno impreso por las obreras que tomaron el taller de Fumadillo) no impidieron la triste evidencia: excepto su gremio gráfico, nada sobrevive de la otrora CGT de los Argentinos. Y Raimundo vuelve de la prisión desconsoladamente sólo. Hasta el sindicato de su hoy camarada Tosco –se reconciliaron en Devoto, donde un inexplicable error de las autoridades hizo que compartiesen siete meses la misma celda- está alineado en Azopardo. Parte de sus ex compañeros (el telefónico Guillan, el ferroviario Pepe, el marítimo De Luca), después de una ruptura violentas, conforman ahora el “ala combativa” del peronismo gremial. Otros, como Jorge Di Pascuale (farmacia), continúan fieles a la tendencia “insurreccional”, pero ya no reducen su actividad al sindicalismo sino que encaran “nuevas formas organizativas”, aptas para asegurarse la supervivencia a una eventual intervención del gremio. Habiendo desoído Ongaro los exhortos en tal sentido que le formuló Di Pacuale durante el congreso clandestino de Wilde, a mediados del 70, la agrupación de éste abandonó la CGTA. Porque el Gobierno lo cree inocuo concede a Raimundo el don ambiguo de recuperar su imagen en libertad. Porque de hacerlo, el dolor de cabeza recaería sobre el Gobierno, se rehúsa dicha gracia a Tosco. ¿Cómo responderá el profético Ongaro? “A veces hay que jugarse todo, otras conviene cuidarse. No debemos ser suicidas: que el enemigo no sepa lo que vamos a hacer. Ya habrá forma de que los amigos se enteren de todo lo que deben enterarse”, se escurre él. “Si los enemigos nos ganaron antes, es porque fuimos un poco lerdos.” Habrá que ver el resultado, cuando Raimundo desee adquirir más velocidad. 

EL ALBA DE UN MITO 

Cinco años bastaron para que un eficiente linotipista y amable padre de familia se convirtiera en el más temido agitador político.

Esos cinco años se cuentan a partir de 1966 y coinciden con los primero de la Revolución Argentina, un movimiento militar que puso patas para arriba el país que intentó ordenar. Antes nadie había oído nombrar a Raimundo José Ongaro,  salvo sus compañeros de la cooperativa gráfica COGTAL, en la cual se imprimían libros, folletos y periódicos políticos.

En noviembre de ese año dirigiendo una agrupación peronista, Ongaro desalojo de la Federación Grafica Bonaerense a Osvaldo Vigna, en ese momento secretario adjunto de la CGT y hombre de enlace entre el vandorismo y los llamados gremios independientes.

El contraste entre ambos era notable. Vigna era altísimo, corpulento, completamente miope; de vos áspera e incapaz de pronunciar las eses al fin de cualquier palabra, calvo y ataviado invariablemente con una camisa de mangas cortas, que usaba abierta sobre el pecho para lucir una clásica musculosa. Ongaro mide poco más de 1,70 metros, es delgado, de maneras suaves. Habla correctamente. Maneja el idioma con sutileza, es raro verlo sin saco y corbata. Suele incluir en su conversación pasajes de la Biblia y los Evangelios, citados inclusive en latín. Estudia música con Alberto Ginastera y sus íntimos saben que está componiendo una sinfonía, dodecafónica para colmo.

El triunfo de Ongaro estaba llamado a alterar profundamente no sólo al movimiento obrero organizado, sino a todo el cuerpo social argentino, a pesar de la escasa fuerza de su gremio.

La primera militancia de Ongaro había tenido como escenario las 62 de pie, el nucleamiento que José Alonso opuso transitoriamente al aparato de Augusto Vandor. Allí trabó contacto con Amado Olmos, el dirigente del gremio de Sanidad y uno de los primeros ideólogos del sindicalismo de liberación.

Por entonces la Central Obrera agotaba su luna de miel con el Gobierno militar, a cuya instauración había contribuido socavando el poder del indeciso partido radical. Ya reconciliados, Vandor y Alonso intercambiaban sonrisas en la Casa de Gobierno, durante la asunción de Onganía, con el lucifuercista Juan José Tacone y el jefe de la Unión Obrera de la Construcción, Rogelio Coria. Entendían que la deposición de Illia marcaba “el reencuentro del pueblo y las fuerzas armadas”, esa conjunción mágica que, desde 1945, orienta todas las fantasías sindicales.

En marzo de 1967 la rutina conyugal había reemplazado al amor, los celos y malentendidos hacían su tarea. Adalvert Krieger Vasena había anunciado su aterrador plan económico y ante la publicación de una plan de lucha de la CGT, el General Osiris Villegas, secretario del CONASE, hacía trascender una escalada represiva que debía culminar con la intervención al organismo de la calle Azopardo.

El plan de lucha se levantó y la Secretaría de Trabajo comenzó a intervenir sindicatos y retirar personerías: periodistas, químicos, telefónicos, ferroviarios, portuarios, azucareros, canillitas conocieron las virtudes de un gobierno fuerte.

Desde entonces el aparato gremial peronista vivió desgarrado por las dudas entre sus convicciones y la realidad. Nacieron los participacionistas y los dialoguistas, se eligió con cuidado a Krieger Vasena como el enemigo a quien se decía respaldado por Julio Alzogaray y Lanusse, y se procuró evitar un enfrentamiento con Ongania, nacionalista bienintencionado, a quien era preciso ayudar a desembarazarse de los perversos liberales que lo maniataban.

El levantamiento del plan de lucha ante las amenazas del general Villegas precipitó una crisis interna. Francisco Prado declinó la secretaría general y fue reemplazado por una Comisión Delegada de 20 miembros, encargada de normalizar la CGT.

Meses interminables de negociaciones, entre los sindicatos y el Gobierno, demoraron la cita al congreso normalizador, que debía elegir las nuevas autoridades. Finalmente se convocó para el 28 de marzo de 1968.

Lorenzo Pepe, vicepresidente de la intervenida Unión Ferroviaria, pedía que su gremio tuviera cabida en el congreso. En la Secretaría de Trabajo ya había sido designado Rubens San Sebastián, un profundo conocedor de muchos dirigentes obreros, amigo personal de muchos de ellos, experto negociador y hábil político, quien exigía a sus aliados la exclusión de los gremios intervenidos. A cambio, San Sebastián prometía prontas elecciones en la Unión Ferroviaria, para elegir nuevos directivos. (PRIMERA PLANA, 275).

Augusto Vandor encontró que el artículo 10 de estatuto cegetista era útil para la emergencia. Los proscriptos podían participar en el congreso, pero no votar, porque sus cuotas con la central estaban atrasadas y no tenían dinero para saldarlas. No obstante, El lobo tenía motivos para temer que la reunión escapara de su control, y comisionó a José Alonso para negociar previamente con Lorenzo Pepe.

Pepe jugó un papel decisivo en el nacimiento de que luego se conocería como CGT de los Argentinos. Prometió a Alonso acatar la argucia de Vandor, pero luego copó con un grupo de disciplinados ferroviarios el congreso y apoyado por el telefónico Julio Guillán impuso la candidatura de Ongaro, quien un mes antes había recibido en Madrid el aval de Perón.

Cautos, los ocho sindicatos colaboracionistas se abstuvieron de concurrir al congreso. Derrotados, los vandoristas se retiraron y acusaron como provocadores a los congresales. El Gobierno hizo saber que no reconocería a los electos. La guerra comenzaba.

Mientras Vandor retenía la sede de Azopardo y preparaba otro congreso normalizador, Ongaro se apresuraba a dar sus primeras batallas desde el local provisorio de Paseo Colón y Chile. Pero era evidente que los sindicatos más fuertes habían permanecido del otro lado, fieles a Vandor. Por eso, en abril, Ongaro lanzó una de sus consignas más escalofriantes: la rebelión de las bases, destinada a subvertir a los aparatos enemigos desde adentro.

La sucesión de hechos inesperados fue a partir de allí vertiginosa. El 1º de mayo la CGT de los Argentinos da a conocer su programa, en el cual afirma que  “la historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos lleva a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción”.

Junto con algunos puntos tradicionales de la doctrina peronista (nacionalización del comercio exterior, los bancos, el petróleo, la electricidad, la siderurgia y los frigoríficos, reforma agraria y acceso de los obreros a la educación), el programa incluía otros extremadamente atrevidos, como la participación obrera en la administración de las empresas, y la distribución de los bienes, la expropiación sin indemnizaciones de las empresas extranjeras que el documento mencionaba genéricamente como “monopolios que arruinan nuestra industria”, y el desconocimiento de los “compromisos financieros firmados a espaladas del pueblo”.

El lenguaje de Ongaro no era menos inquietante. En una reunión preparatoria de los actos del 1º de mayo (mientras en Azopardo se pensaba conmemorar la fecha con una declaración), el calmo linotipista mostró por primera vez sus uñas. “Esta CGT – 

[falta una pagina (142?), mal fotocopiada] 

[...] En La Plata, Mendoza y Buenos Aires hubo duros enfrentamientos. El saldo impresionantes de detenidos llegó a los 5000. El cordobazo empezaba un año antes de su fecha oficial de nacimiento.

Tanto el aparato peronista como el Gobierno se pusieron en guardia. El delegado Remorino y su secretario Paladino retiraron a último momento el apoyo a los actos del 28 de junio. El sindicato de municipales colocó la piedra fundamental de un edificio de 14 pisos financiado por dos centrales sindicales norteamericanas e inmediatamente abandonó la CGT de Ongaro. El fiscal Silvano Becerra, el General Eduardo Señorans, jefe de la SIDE y el dirigente del Vestido José Alonso, iniciaban querellas judiciales contra Ongaro.

El ritmo y la violencia del enfrentamiento no decaen. En agosto, 3000 mecánicos se tirotean en Córdoba con la policía. En septiembre los estudiantes salen a la calle en todo el país. En Tucumán es descubierta la primera guerrilla peronista. A fines de mes comienza en la destilería de Ensenada, en el Taller Naval y en la Flota de YPF la huelga petrolera, protestando por la extensión del horario de trabajo en la destilería y por la política de concesiones a empresas extranjeras.

Es el apogeo, pero también el comienzo del fin de la CGTA. Ongaro viaja clandestinamente a los centros del conflicto, consigue adhesiones a la huelga, lleva la pelea al corazón de la CGT de Azopardo al intervenir activamente en un conflicto de un gremio como el petrolero, cuyo líder, Adolfo Benito Cavalli, integra las filas vandoristas.

En octubre, durante un congreso Confederal, Ongaro propone medidas de solidaridad con los petroleros. Cesareo Melgarejo, de La Fraternidad, se opone. En su respuesta, Ongaro lanza un vaticinio: “Tengo una fe y una intuición. El 28 de marzo nadie nos aseguraba 10 días, pero todo el interior salió en manifestaciones, en actos públicos multitudinarios, fervientes, calurosos. Y nos vamos a llevar una sorpresa. Que avance un poco más esta actitud de resistencia ejemplar de los petroleros y tengan la seguridad que nos vamos a llevar una sorpresa que no la podríamos creer. ¿Qué va a parar al pueblo argentino, porque qué es lo que falta quitarle?. Le quitaron lo que quiere con su corazón, le quitaron lo que piensa en su cabeza, le quitaron sus manos, le rompieron la familia, le quitaron los gremios, los centros estudiantiles, el derecho de comer, de educarse, el derecho a cantar, a expresarse”.

La huelga petrolera fracasó, pero el pronóstico de Ongaro se cumpliría tristemente para el país en 1969.

Su destino personal como líder gremial se oscureció cuando Perón y Remorino ordenaron la unidad de las dos CGT, y Ongaro se negó, con argumentos más éticos que políticos: “Somos los representantes de las ollas populares de Tucumán, de los mineros de Pan de Azucar, los viñateros de Cafayate, de esa gente de San Luis que no sabe lo que es la civilización, esos chicos que están al lado de la vía pidiendo limosna. Con ellos tenemos que ir a hacer la unidad. Tenemos que ir a desvestirnos, a llorar con ellos, a pelear con ellos. ¿Cómo vamos a ir a quedar bien con los dirigentes, para que digan que somos buenos muchachos? ¿Cuándo hacemos la liberación del pueblo? ¿Sómos hijos del pueblo o somos hijos de que?”. Al mismo tiempo comenzaba a formular declaraciones a favor de formas de lucha insurreccionales y guerrilleras.

Los sindicatos adheridos comenzaron a abandonar uno por uno la CGT, para evitar la intervención del Gobierno o por acatar las ordenes de unidad. Ongaro se fue quedando solo, y en 1969 recorrió el interior de punta a punta. Fue secuestrado para evitar que hablara en un ingenio tucumano, arrestado un par de veces, vigilado sin cesar. En enero comenzó una huelga en su propio gremio, que también fracasó.

En abril, Ongaro participó en la pueblada de Villa Ocampo, en Santa Fe, donde los vecinos ocuparon la municipalidad. En mayo es orador en actos en Paraná, y vuelve a ser arrestado al regresar por pocos días.

La escalada de mayo es incontenible. Tucumán, Rosario, Corrientes, Córdoba son escenarios de una pequeña guerra civil.

En junio, Ongaro es detenido y pasa cinco meses aislado en una celda. En mayo de 1971 vuelve a la prisión, después de un discurso explosivo en el Chaco. Comparte la celda con Tosco, su viejo camarada. Ahora sus rumbos se bifurcan.

[Recuadro Pág. 142]

AGUSTIN, TE DEJAN POR CORDOBES 

“Tosco creyó que salía el 22 de diciembre; después, estaba seguro de que lo largaban ahora. Yo siempre traté de quitarle la idea. Tenés que ser sereno, le decía. En la cárcel, si uno se excita, se estrella contra la reja”.

Con su lenguaje florido y cadencioso, que recuerda los recitados de José Larralde, Ongaro evocó para PRIMERA PLANA sus últimos minutos en el penal de Villa Devoto, “Agustín me ayudaba a hacer los paquetes y de pronto preguntó ¿Yo por qué no salgo? Le conteste: si fueras de Buenos Aires, saldrías. Pero te dejan adentro porque sos cordobés. En Córdoba no hay ninguna figura que sobresalga de las filas revolucionarias. Tosco, en libertad, se convertiría en polo político aglutinante. El castigo que le infligen se debe a que ellos reconocen su capacidad para nuclear las fuerzas de cambio en la República Argentina”.

Su propio papel lo concibe más modesto. “La organización de las bases es la etapa que nos falta –agrego a sus adictos- no importa que aparentemente seamos pocos. También en la historia algunos empezaron con doce. Yo era uno de los de abajo, yo era NN. Ustedes me pusieron nombre y apellido. De lo que tenía, no tengo nada. Cuando crucé la reja, esta noche –yo soy creyente-, le hablé a Dios. Le dije: Mirá, Dios. Yo se que toda vida te pertenece. Pero esta vez perdoname. Desde ahora mi sangre, mi vida, mis huesos le pertenecen a los gráficos, a los trabajadores, al pueblo.

Tosco me llamaba el pastor y el ermitaño. Yo le decía: Te voy a hablar de los círculos de Van Gogh, te voy a hablar de los electrones y del átomo. Él me contestaba: Dejame, tengo que mandar estas cartas, tengo que alentar a los muchachos, necesitamos ganar una elección...”. Se describió a sí mismo como invariablemente duro y ascético: “En la cárcel, ¿Quién no sale nunca? Raimundo. ¿Quién no come al mediodía? Raimundo. ¿Qué falta agua? No importa. ¿Qué vino a verme el coronel Fulano? No lo puedo atender, estoy durmiendo, no me molesten por favor...”.

Ongaro prevé que lo cortejarán. “Nos van a venir esos políticos con sus carteles y sus candidaturas. Pero nuestro único Gran Acuerdo es con los negros, con los pobres, con el Pueblo, con los que nunca tuvieron nada. Estoy seguro de que estamos muy cerca, en el final. Se va a dar algo que fue dicho hace mucho tiempo: los humildes serán ensalzados, los soberbios humillados”.

 

DOLORES DE CABEZA 2 

EL CANDIDATO DEL CORDOBAZO 

El jueves 29 de abril de 1971, en Córdoba, Arturo Mor Roig se encrespó ante PRIMERA PLANA; en la madrugada, un patrullero policial termino con la libertad de Agustín Tosco.

-PP: Sr. Ministro, ¿hasta cuando estará detenido Tosco?

-Mor Roig: Usted sabe que no puedo contestar esa pregunta.

-¿El pedido de captura emanó de su Ministerio?

-Si. Se impartió a raíz de los sucesos del 15 de marzo.

-¿La detención en vísperas del paro, no es un factor irritativo?

-No puedo juzgarlo. Cuando se ordenó la captura no se determinaba el momento en que debía producirse. (PRIMERA PLANA Nº 431).

En el barrio Los Naranjos (el mismo en que fuera abatido el montonero Emilio Maza), en la vivienda de Portugal 72, una mujer, una ama de casa, una esposa suele explicarles a sus hijos Malvina Noemí, 10, y Héctor Agustín, 8, el porqué de una ausencia: “El papi está preso por hablar en nombre de los trabajadores”. No es el único argumento de Nélida Bonyuán de Tosco, 38: “Cuando los pájaros cantan lindo –metaforiza ante sus hijos-, les hacen trampa para ponerlos en las jaulas, y los que cantan feo andan sueltos”. Claro que los Ministros no suelen comprender muy bien las razones, los obvios sentimientos de las mujeres de aquellos a quienes encarcelan.

Agustín José Tosco, un cordobés nacido el 22 de mayo de 1930, en Moldes, departamento de Río Cuarto, al sur de la provincia, acumula una densa biografía. Su activismo arranca en la adolescencia, cuando se convierte en presidente del Centro de Alumnos en la Escuela de Trabajo Presidente Roca, y encabeza varias huelgas por condiciones en el internado y contra las autoridades de la casa. No es lo único: en el mismo lugar al terminar el ciclo, lo designan para hablar en el cierre del curso; desde allí ataca al sistema vigente en la escuela y se niega a recibir el diploma de parte del Director, concluyendo ovacionado por sus compañeros.

La rebeldía no sólo se manifiesta por esa vía. Al los 9 años decide hacerse hincha de fútbol y en vez de optar por el campeón de la temporada (1939) Independiente, lo hace por el único equipo que logró derrotarlo: Huracán “Desde ese día –confesó alguna vez a PRIMERA PLANA- también me hice hincha de Herminio Masantonio”. Años más tarde esas preferencias se volcarían por dos clubes cordobeses: Talleres y Alas Argentina, un modesto equipo de su barrio.

A los 18 años inicia el curso del ciclo electrotécnico en lo que es la Universidad Tecnológica Nacional. Es elegido delegado de curso.

Al comenzar 1949 ingresa como supernumerario en Agua y Energía Eléctrica de la Nación, que prestaba el servicio público de electricidad. Al provincializarse la empresa queda cesante en junio, pero reingresa tres meses más tarde. A los 19 años es elegido delegado de sección en el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba. Allí comenzaría quien 20 años más tarde se convertiría en uno de los principales protagonistas del Cordobazo.

Cumple el servicio militar en la Escuela de Tropas Aerotransportadas y concluye como oficial de reserva.

A los 23 años gana las elecciones encabezando una lista para la renovación de la comisión directiva del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba.

Un año más tarde, alcanza la secretaría gremial en la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza. Luis Natalini –ex líder de la CGT- confesó en 1966 la impresión que le había causado Tosco: “Ese pibe trabaja como loco; la única secretaría que tenía luz a toda hora era la de él. Se la pasa leyendo...”. Ocurría en 1953, un par de años antes de la caída de Perón.

“Tosco es de origen peronista –reconoció ante PRIMERA PLANA Ramón Contreras, secretario adjunto de Luz y Fuerza y segundo del líder preso-, pero nunca estuvo afiliado. En nuestro sindicato, no regía la afiliación obligatoria –memora Contreras- e incluso los compañeros peronistas de aquella época no tenían problemas con quienes no lo eran.” Actualmente son estrechas las relaciones de Tosco con el Partido Comunista.

Días antes, el mismo Tosco, en otro reportaje concedido al semanario local Jerónimo, había declarado no haber estado afiliado nunca a ningún partido político. La caída de Perón, la intervención a los gremios y la inhabilitación a los dirigentes también le alcanza. Es lo que hace falta para sumarse a las comisiones de lucha que actúan en la resistencia durante la Revolución Libertadora.

Felipe Alberti –secretario de Cultura de Luz y Fuerza Córdoba- sostuvo ante PRIMERA PLANA que “Tosco es uno de los pocos dirigentes que la Federación no logró corromper”. Tanta austeridad, tamaña conducta, suele reflejarse en la ayuda que el dirigente sindical acepta para su esposa e hijos, mientras dure su prisión. “Mensualmente –dice Contreras-, y por limitación del propio Tosco, entregamos 60 mil pesos viejos a su esposa, fruto de la colaboración voluntaria de nuestros afiliados; cada uno se cotiza con lo que puede. Desde el más modesto hasta los que tiene cargos altos. Lo que sobra de esa suma, lo integramos en el fondo para ayuda de los presos; por ahora sólo tenemos a Tosco en esas condiciones.”

Contreras y Alberti, junto a otros dirigentes sindicales lucifuercistas (Moro, Ditofino, Grigaitis), constituyen el anillo que rodea a Tosco. “El Gringo –refieren- tiene una gran personalidad; es honesto y correcto. Posee una capacidad de trabajo increíble. Se pasa 18 horas en el sindicato. A nosotros nos cuesta seguirlo. Le gusta hablar de noche. Por ahí –bromean- le decimos que en ves de haber sido encargado de sector, tendría que ser sereno”.

Claro que no todas son rosas entre Tosco y sus amigos: “Por ahí nos peleamos, es que Tosco tiene todas las cosas que puede tener un hombre –dice Alberti-, pero a poco de discutir, de calentarnos, vemos que la mayoría de las veces tiene razón”.

Desde la cárcel, el 17 de septiembre del año pasado, Tosco fue reelecto en su cargo por 1110 votos contra 653.

Nadie duda sobre el respeto a su personalidad, una actitud de todos los sectores, incluso los de la propia oposición sindical. En ese terreno, algunos acuerdos pudieron lograrse más allá de las frías relaciones políticas.

“Con Tosco siempre se discute la salida –sigue Alberti- y, ante cualquier problema que se plantea, trazamos una estrategia. No entramos porque si; siempre se analizan todos los pasos: los a dar y aquellos que deben evitarse. Tiene el mérito de hacer trabajar en equipo. Ya sea a 5 tipos o a 100; la prueba está en el lapso que nos tocó actuar en la resistencia, a la que ayudó, además, la generosa contribución voluntaria de nuestros afiliados, que mensualmente aportaban 350 mil y 500 mil pesos para que se siguiera la lucha.”

Hasta 1966, la relación entre los gremialistas solía tener matices muy distintos; las preocupaciones menos dramáticas solían esfumarse luego del trabajo cotidiano. “Por las noches, íbamos a ver partidos de básquetbol; nos quedábamos a cenar, en fin, seguíamos hablando siempre de los problemas nuestros, pero no bajo el signo que nos obligó Ongania y la Revolución Argentina”, recordó ante PP, el secretario Contreras.

En ese tránsito nocturnal, Tosco y los suyos conocieron dos lugares: “El Cristal”, enclavado en pleno Barrio Clínicas, “donde siempre había un lugar o una mesa junto a los estudiantes”, y, posteriormente, “El Manantial”, una parrilla que perteneció alguna vez al periodista Sergio Villarruel.

“¿Y, Cuando lo sacamos al correligionario de la cárcel?”, solía preguntar Adolfo El Gordo Balza, un gigantesco cocinero de ese restaurante. “Díganle al correligionario (Tosco) que le estoy guardando el bife que le gusta”. Antes de fin de año, Balza murió atropellado en la calle por un vehículo piloteado por unos asaltantes que huían de la policía. Tosco, en la cárcel ignora seguramente la increíble muerte de su amigo.

La ayuda, el sostén económico para la familia del dirigente preso, suele tener algunos matices; hace poco, los lucifuercistas de Pergamino acercaron a la esposa de Tosco un cheque por 150 mil pesos; los de La Rioja llevaron otro por 250 mil. Ambas sumas, fueron entregadas después, por la propia señora de Tosco, a los directivos de Luz y Fuerza. “Hace más falta para la resistencia -razonó Nélida Bonyuán de Tosco-; utilícenlos ustedes como crean conveniente”.

Tosco, quizás el dirigente más importante en el plano político que surgiera en el país desde la aparición de la Revolución Argentina, esa entelequia, lleva ya 22 años de actuación sindical –su trinchera preferida-, no tiene propiedades.

Su vivienda –“la hice en el tiempo de Perón, con un crédito del Banco Hipotecario nacional”- está bajo hipoteca hasta que concluya la amortización. Un solo crédito comercial –en Casa Muñoz- le permite vestir a su familia. “Gringo, comprate un traje, le sabemos decir con los muchachos -confiesa Contreras-, y por ahí lo hace, aunque sea una vez por año...”. Tanta austeridad, no está desprovista de preocupación política: convertido casi en autodidacto, las más disímiles lecturas integran las horas solitarias de Agustín José Tosco. A su personalidad carismática, une ahora la necesaria solidez intelectual. La misma que le permite jugar  con dos testimonios sobre la vida en la cárcel; aquel de Gabrielle Russier, una derrotada del amor, y Marcos Ana, prisionero 20 años en España.

La profesora francesa –transcribe el propio Tosco- decía: “Ahora tengo la impresión de que una vez aquí, poco importa que haya razones para haber venido o no; poco importa que uno sea inocente o culpable, uno está en un agujero, uno desciende en él poco a poco. Pierdo la memoria de todo, estoy como muerta, y esta carta es también un último esfuerzo para expresar algo”. “En cambio, Marcos Ana –sigue diciendo el propio Tosco-, después de su prisión exclamaba: ‘veinte veces cruzó la primavera / y mis alas a un cepo atrapadas / y el ardor de mi sangre entre cadenas / Pero hoy mi voz –sin llanto- te reclama / y mi lengua es una herida que flamea / como un pájaro ardiendo en tu ventana’.”

“Creo –dice Tosco- que, en el fondo, estar bien o no depende fundamentalmente de las convicciones, de la fe en los ideales de la justicia de una causa. Si esas cosas están metidas en la conciencia y en los sentimientos, nada los doblegará adentro o afuera, en la gloria o en el anonimato.”

Mientras, el verano en la CGT cordobesa exhibe un mosaico más terrenal, crudamente político; sintéticamente, el esquema es el siguiente: el sector “legalista” orientado por Atilio López, con 25 gremios en su haber, busca la alianza con los “independientes” de Tosco; en tanto que el sector “ortodoxo” liderado por Mauricio Labat termina de escindirse, al margen de las recomendaciones de unidad, lanzada por el peronismo nacional. Por un lado, 18 gremios siguen a Labat y Bárcena, mientras Alejo Simó, de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica, terminó por separarse seguido por otros siete gremios. En cuanto a los independientes (otros siete sindicatos), apoyan la reelección de Atilio López, quien, a su vez, es resistido por Labat y los suyos.

De cualquier forma su candidatura está jugada. De no concretarse, el hombre de relevo sería Lino Verde, un minero que tuvo mucho que ver con la eclosión social del 29 de mayo de 1969.

Mientras, Luz y Fuerza, la imagen, la proyección de Tosco, exigen apuntalar a Atilio López. Es que hace muy poco López –otro austero sindicalista- se animó a responder lo siguiente: “Me han preguntado por un modelo de trabajador y gremialista. Sí, claro que lo tengo. No está muerto, no es alguien de los tiempos viejos, sino un hombre a cuyo lado he luchado como hermano. Ya saben su nombre. Se llama Agustín Tosco”.

Sin aparato político propio, Tosco osciló entre la circunstancial tribuna del Encuentro de los Argentinos, su amistad con Arturo Illia y su propio peldaño sindical. Si es que alguna vez el sedimento ideológico que dejó el cordobazo logra concretarse, tomar formas políticas definidas, prácticas, no resulta difícil entender que Agustín Tosco será su figura. O, porque no, su candidato.

“Claro que la sindical –como apuntó Lucio Garzón Maceda, en un escrito publicado en Electrum, la revista de Luz y Fuerza Córdoba- es útil como factor de debilitamiento, desequilibrio y obstrucción al sistema; la CGT –añade Garzón Maceda- no ha sido la Revolución, pero pese a su aislamiento ha contribuido a avanzar hacia ella.”

Tal vez aquella ignorancia de Mor Roig el 29 de abril de 1971 ante PRIMERA PLANA, en Córdoba, no haya sido tanta. ¿O sí?.